jueves, 27 de noviembre de 2008

Caída de imperio Romano de oriente, también provocada por Coleman

 
El proceso de deterioro del Imperio Bizantino está marcado por su lenta agonía a partir de la muerte de Miguel VIII en 1282.

Por mucho interés que hubiese por cambiar la situación, la sociedad ya daba signos de agotamiento, replegada en sí misma; las amenazas exteriores eran continuas y empujaban a Bizancio al desastre, el imperio se convirtió en presa fácil para otomanos y serbios. En el interior se fueron deteriorando poco a las estructuras políticas del Estado y las transformaciones económicas, además las intervenciones de los sectores religiosos y los poderosos terratenientes tampoco estuvieron a la altura en un momento como ese. Por ello el poder fue muy pronto objeto de reparto, con la intensificación de la feudalidad.

Uno de los momento clave de la historia del Imperio fue a mediados del siglo XIV, con los reinados de los Paleólogos Miguel VIII, Andrónico II y Andrónico III sucesivamente. Se intentó encauzar el gobierno de Bizancio pero a partir de 1355 la presión otomana obligará a la desarticulación de la sociedad y la economía, por lo que ya resultaba insuficiente cualquier intento de racionalización. El balance del mandato de Miguel VIII fue bastante positivo, teniendo en cuenta lo que vendría después. Controló de nuevo una parte importante del antiguo territorio griego a caballo entre Asia y Europa, la cuenca del Egeo, lugares claves en las costas albanesas y las principales islas, con toda la carga estratégica y económica que conllevaban. Su diplomacia y capacidad había sido fundamental eliminando la dependencia política occidental, que hasta entonces era el principal peligro para Bizancio. En cambio, lo peor de su reinado fue no haber podido desarrollar una recuperación interior, algo que pesará en la actuación de sus sucesores.

Por su parte Andrónico II desplegó una política en verdad poco efectiva, que no podía hacer frente a la ruina de la población aumentada por el incremento de los impuestos. En el exterior tuvo que soportar los primeros enfrentamientos con los turcos por Asia y sofocar la presión en Europa de los serbios.

Su sucesor, Andrónico III, tomó medidas importantes en el interior del Imperio, como controlar la corrupción en la justicia, e intentó combatir la usura que afectaba sobre todo a las clases medias del país. En los dos casos fueron proyectos honestos que a la larga fueron insuficientes para frenar la división de la sociedad, con una población en las ciudades en la miseria que además reaccionaron de manera violenta contra los ricos, nobles y extranjeros. De esta forma el grupo más radical, los zelotas, planeará acciones brutales contra los dirigentes, como la masacre que tuvo lugar en Tesalónica contra un grupo de nobles. En el exterior vio cómo los otomanos, con su ejército más potente, iba consiguiendo terreno como Prusa, en Anatolia, Urján y Nicea, que tenía un importante valor simbólico. Al final de su reinado solamente le quedaba en Asia la parte de Filadelfia y Heraclea del Ponto, lo que quería decir que los turcos tenían el camino libre para cruzar los estrechos y establecerse por el lado europeo del Imperio sin ningún problema. Además Esteban Dusan de Serbia intentó invadir Macedonia y Albania en su intención de crear un gran imperio serbogriego ortodoxo.

Después de ellos hubo problemas para que Juan V, el siguiente de la dinastía de los Paleólogos, reinara, ya que aprovechando su minoría de edad, un hombre de confianza del emperador, Juan Cantacuceno, quería el trono. Hubo muchos conflictos e intereses en juego, por fin en 1355 Juan V pudo reinar con la colaboración de los serbios hasta 1391. Se centró sobre todo en los problemas de la capital imperial, en perjuicio de otros territorios. Acabó de un plumazo con los privilegios de los monasterios, lo cual no fue acertado ya que el impulso de la vida espiritual en la sociedad había hecho crecer el censo de los monjes, e intentó ganarse el apoyo del papa.
En 1373 Juan V tuvo que reconocerse vasallo del sultán otomano Murad I, una humillación que aumentó cuando tuvo que luchar con él en su mismo bando. En Constantinopla, la capital, las voces descontentas crecieron aún más, mientras que en el exterior los otomanos, genoveses y venecianos revolvieron más la situación para sacar beneficio propio. Juan y su hijo Manuel II consiguieron sofocar la situación gracias a la ayuda de los Hospitalarios de Rodas.

El reinado de Manuel II (1391-1425) fue aún más complicado ya que empieza y acaba con el cerco a Constantinopla y entre medias una quincena de años de relativa paz. El primer ataque obligó a Manuel a ir sondeando por los reinos europeos buscando alguna ayuda concreta. Recibió buenas palabras de muchos de ellos pero no encontró ninguna colaboración concreta, Europa estaba en un proceso complicado de división debido a la guerra de los Cien Años. Por suerte los otomanos estaban bastante ocupados por la presión de los mongoles en sus territorios, lo que dio a los bizantinos un corto periodo de paz que se rompió de nuevo con el ataque de Murad II de conquistar Constantinopla, sin conseguirlo, y Tesalónica, que caerá en su poder en 1430. Ya en esa época el Imperio Bizantino sólo se sostenía por su capital, que además seguía amenazada por los turcos.


Juan VIII Paleólogo reinó desde 1425 a 1448 y recibió un territorio ya muerto, e intentó mantenerse a flote con la ayuda occidental, ya que la bancarrota era absoluta e incluso se dejó de usar la moneda de oro. La negociación con Roma acabó con la decisión del Concilio de Basilea de proclamar la unión de los cristianos con toda la Iglesia griega. Con todo se organizó una cruzada que partió con el general Cesarini y que desembocó en una derrota total en Varna en 1444.

El honor de ser el último emperador recayó en Constantino XI entre los años 1449 y 1453. El nuevo monarca si no había heredado suficientes problemas con los otomanos ahora tenía que hacer frente a la rebelión de los ortodoxos que no estaban conformes con la unión con los latinos, teniendo que recurrir al máximo dignatario de Kiev para proclamar en Santa Sofía la unidad en medio del malestar general. Era la última opción para atraer nuevas ayudas occidentales que ya nunca llegaron.

El 29 de mayo de 1453, las tropas de Moehmet II entraron sin problemas en Constantinopla y allí lo saquearon todo. Tres años después repitieron hazaña en Atenas y luego en Mitra para acabar con Trebisonda en 1461. El Imperio Bizantino estaba completamente destruido. Tras este hecho se empezó a planear la idea de Moscú como la tercera Roma.

No hay comentarios: